Si de niño me hubieran preguntado cuan larga o corta era la vida para mí,
no hubiera dudado en contestar que larga. Los días parecían interminables,
tardaban en llegar los fines de semana, que eran los días de descanso y ocio,
así como las vacaciones estivales. Hoy jubilado, apenas me percato de la llegada, otra vez, de la Navidad, pasan los años impetuosamente.
Ahora de “setentón” mi manera de interpretar el reloj es muy diferente, me he dado cuenta de que en la medida que avanza la adultez, el tiempo pasa rápidamente, e inexorablemente. Los años se hacen más cortos. Vivir, que en un principio parecía eterno, ahora es tan corto que incluso la vida más longeva se ve corta cuando termina. Aquel tiempo que pasaba lentamente, cuando lo poseía con abundancia, ahora se ha marchado velozmente. Cuántas veces me aburrí en aquellos entonces, sobre todo durante los años en los cuales la vida parecía interminable y el tiempo tenía siempre caminos y posibilidades infinitas que ofrecerme.
Muchas veces malgastamos el tiempo desperdiciando horas preciosas. Pasamos días, meses, años en espera de algún acontecimiento capaz de alterar
nuestras vidas, vinculándonos mejor a nuestras pretensiones y proyectos, pero,
mientras tanto el tiempo pasó y consumió nuestra juventud.
Hasta que llega el día en que la juventud termina y nos damos cuenta que el
tiempo nos va dejando lo mismo que lo hace el sueño. Al nacer todos somos
iguales, pero hay quienes saben aprovechar lo que la vida les pone al alcance y
otros desperdician momentos y oportunidades. Solamente cuando tomamos
conciencia de nuestra finitud es cuando comienzan las quejas, los
arrepentimientos y lamentos. Por desgracia el tiempo corre y no perdona, es altivo
y egoísta y aunque nos permite reflexiones sobre aquel bien perdido por el paso
de los años, nunca nos ofrece la posibilidad de retorno. Pensamos en nuestros
errores y fracasos, lamentando haberlos hecho, pero seguro que si volvieran
idénticas circunstancias caeríamos en las mismas equivocaciones, ya que todo es
fruto de nuestro carácter y temperamento, en definitiva, de nuestra forma de ser.
Pienso, después de esta reflexión, y a esta altura de mi vida, que los
mejores momentos de esta trayectoria es cuando la salud nos permite vivir mejor
para afianzar el presente lo más intensamente posible.
Así que, hagamos un mejor uso de nuestro tiempo que es siempre muy poco el
que tenemos a nuestra disposición. Recorramos el camino de nuestra existencia
sin esperanzas falsas, pero conscientes de nuestras capacidades, así como de
nuestros límites. ¡Ah! y llevándonos bien con nuestra familia y con todos los
que nos rodean.
Alfio Seco Mozo