jueves, 15 de junio de 2023

La epidemia silenciosa de la soledad.

 

La soledad no deseada

 

    No es lo mismo la soledad deseada por nosotros mismos, que la soledad que las circunstancias de la vida y la sociedad nos impone. Esa soledad elegida resulta enriquecedora y favorable para nuestro desarrollo personal, para meditar, en silencio, sobre nuestros comportamientos con los demás, así como las decisiones a tomar.

       Hoy, vamos a tratar de esa soledad no elegida por nosotros que la edad y la sociedad nos la impone irremediablemente. Esta soledad impuesta es considerada y denominada como “La epidemia del siglo XXI”, En cualquier caso y situación, la soledad no deseada tiene graves consecuencias para la salud. Además de afectar al bienestar psicológico de las personas, se asocia con peores niveles de salud, tanto física como mental, y mayor riesgo de mortalidad, lo que, en las etapas finales de vida, implica una peor calidad de vida, haciendo mella en la gente mayor, entre los que me incluyo.

Este fenómeno creciente en esta época está provocado, sobre todo, por el aumento de hogares unipersonales y nuevos tipos de familias, pero nunca es por una sola causa y por eso intervienen otra serie de circunstancias como pueden ser el descenso de la natalidad, la tendencia a relaciones personales cada vez menos duraderas, matrimonios rotos, el paro o la precariedad en el empleo y hasta la frenética vida en las grandes ciudades. El declive de la familia, auténtica unidad esencial de la sociedad, tiene mucho que ver con la epidemia de la soledad. Cada vez hay más divorcios, familias desestructuradas, cuyo final pasa a convertirse en hogares unipersonales.

  La soledad no deseada ya era un tema recurrente en los medios de comunicación, y de forma diaria, muchos de los artículos consultados reflejan, además, el impacto que ha tenido la pandemia del COVID-19 en este terreno, que ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de las personas mayores. Precisamente, para mantenerlas a salvo, se las aisló y privó de la compañía, del contacto con otras personas, de socializar… Nuestra cultura se rige por la convivencia física, y la carencia de esta se ha convertido en un aumento del riesgo.

   Para hacer frente a este problema sería necesario buscar soluciones por parte de instituciones públicas, ya sea a base de psicólogos que reconforten tales sentimientos etc. Hay países en que los gobiernos de turno, como el caso de Reino Unido que, preocupados por tal epidemia, han establecido o creado un ministerio de “Soledad y Familia”. La sociedad actual está marcada por las nuevas tecnologías, que, a veces, nos aíslan, y los individualismos deben virar hacia el cuidado a los demás. Hay que concienciar e involucrar al resto de la sociedad, incluyendo a los convecinos de su entorno. Atajar el problema es una responsabilidad conjunta. El resto de las personas también tenemos que ser un poco responsables de esta soledad que sufren muchos ancianos, a los que, a veces, marginamos por razón de su avanzada edad.

 ¿Qué podemos hacer ante la soledad rural?

      Hay muchas y diversas actuaciones que pueden realizarse para prevenir y reducir los sentimientos de soledad en el ámbito rural. Por un lado, estarían todas las actuaciones que podríamos englobar en la prevención de la despoblación de zonas rurales (políticas, de empleo, mejorar la fiscalidad, accesibilidad, transporte y conectividad), sin personas disponibles físicamente es muy complicado establecer o crear relaciones, fomentar el asociacionismo y aumentar los recursos comunitarios que favorezcan el encuentro y la participación social (clubs sociales, comercios, zonas de recreo, etc.). Los bares en el mundo rural, aunque no todos los pueblos tienen, son los lugares de contacto, ocio y convivencia de la mayoría de sus habitantes. Allí, aparte de tomar un vino, cerveza, café o refresco, también se juega a las cartas (tute, mus etc.) A la hora de emprender una partida de cartas no se debe marginar a los ancianos, que acudan allí, aunque manifiesten pequeñas limitaciones en su mente. No ignorarlos, participando y compartiendo con ellos esos juegos lúdicos. Creo que una actitud de rechazo fomenta el aislamiento, la frustración y a la postre la soledad de ellos.

 El miedo a la soledad:

Todo el mundo tiene miedos, y es importante tenerlos, a medida que crecemos nuestros temores cambian y el miedo a la soledad que siente un adulto es el miedo al abandono que siente un niño, en diferentes escalas, pero en los dos casos tiene que ver con una angustia provocada por algo imaginario. Si no aprendemos a controlar ese miedo, lo hacemos nuestro, nos invade, y ello trae tristeza, depresión, baja autoestima, desmotivación, incertidumbre y ansiedad, que influye en nuestro día a día, nos frena en la toma de decisiones y en el disfrute de pequeños placeres, nos distorsiona creándonos un constante y perdurable malestar.