Todos aquellos que nacimos en los años
cuarenta, y ahora casi octogenarios sobre nuestras espaldas, somos hijos de un
tiempo y de una tierra de sabor hoy rancio y con tonalidad sepia, pero no menos
válida y que merece la pena reivindicar. Surgimos en plena posguerra, guerra
que aunque no conocimos sufrimos, involuntariamente, unos efectos que nos
marcaron durante gran parte de nuestra vida. Lo que sigue es el recordatorio de
unos cuantos hechos o experiencias que a nuestra generación le tocó vivir
¡Ojalá sirva de acicate para que las nuevas generaciones nos comprendan mejor!
Pasamos una infancia teniendo como patio y escuela la calle, entonces
llena de vida y sana confraternización, ¡qué buena escuela la calle!. Allí,
fuimos elegidos para jugar, o no, pero por muy fuertes que fueran nuestras
peleas, hasta nos “canteábamos”, pero siempre todo se olvidaba, nuestra
consigna era no guardar rencor. Nuestras carestías, entre ropas zurcidas o
remendadas, antes heredadas de hermanos mayores, las sustituíamos, con un gran
poder de imaginación, construyendo carros con cajas de zapatos y otros juegos
que improvisábamos con madera, palos, cuerdas etc. Juegos que trataban de
imitar a nuestros mayores, aprendiendo a ser como ellos.
Jugábamos también a pídola, al marro, al
aro, a los santos -recortando cajas de cerillas gastadas-, a la peonza, al
escondite, a un juego que llamábamos “los oficialillos” –con él tratábamos que
el equipo contrario adivinara un oficio que nosotros representábamos con
mímica-. Las chicas al corro, a las muñecas, a las tabas y a saltar la cuerda
etc.
Manifestábamos ilusión y esperanza por unos
Reyes que, cuando mucho y excepcionalmente, nos traían el caballo de cartón o
la muñeca. Distraíamos nuestra impaciencia con cualquier cosa entre tebeos o
colección de cromos, cuando las obligaciones nos dejaban, ya que desde
pequeños también nos tocaba trabajar en el campo, algunos de rapaces, a otros
se nos encomendaban faenas de la era, el cuidar de los animales de casa y
todos hacíamos los recados que nuestra madre nos encomendaba.
En la escuela, memorizábamos todo
con la pedagogía de entonces: ”la letra con sangre entra”; en la mayoría
de los casos sin la motivación y estímulo correspondiente. La enciclopedia Álvarez
o Dalmau, plumier de madera - cuando no era sustituido por una caja de chapa- y
dos tinteros en cada pupitre bipersonal. Estudiábamos distintas materias
principales, había una muy peculiar en bachillerato a la que llamábamos, o
llamaban: Formación del Espíritu Nacional. Siempre con una separación de
niños y niñas, lejos de la coeducación actual.
Ya practicábamos el fútbol, hoy deporte rey, dábamos patadas a la pelota en
cualquier era y teníamos como porterías a ambos lados unas piedras o algunos
abrigos o jerseys. Tener un balón de cuero, que llamábamos de reglamento, era
el anhelo al que todos aspirábamos.
Apareció en nuestra adolescencia la televisión, íbamos a ver partidos de fútbol
y corridas de toros al primer bar que adoptó tal innovación en el pueblo, o a
la casa de los vecinos privilegiados que la poseían, siempre con aquella mala
resolución e interferencias de aquellos primeros años de emisión.
Dado que la Educación Sexual fue nuestra
asignatura pendiente, la inocencia y descubrimiento del sexo era a costa de
otros chicos mayores, con las aberraciones correspondientes. Cine, sujeto a los
cotidianos cortes, que señalaba aquella férrea censura que controlaba entonces
aquel "nacionalcatolicismo".
Ya adolescentes fuimos testigos de la
aparición del vaquero, bikini o minifalda y los primeros en ponernos aquellos
pantalones campana. El fumar molaba y nos hacía, en apariencia, mayores; así en
las fiestas de San Roque o Carnaval comprábamos, entre dos o tres, una
cajetilla. El problema era quien la guardaba oculta y lejos de la visión de
nuestros padres. De repente, entrábamos en quintas y a la mili nos llevaron
para hacernos hombres, según decían.
En nuestro entorno, aunque éramos felices, iba trascurriendo la
historia marcada por la posguerra, que aún se respiraba, Radio Andorra y
el diario hablado (parte) de las dos y media, la copla y los ritmos de fuera,
la señorita Francis, radionovelas, así como los discos dedicados;
acontecimientos como la bomba de Palomares y la llegada del hombre a la Luna,
Vietnam y Guinea española, el Che, el Lute y Castro; Guerra fría y la de los 6
días, Muro de Berlín, caso Matesa, Gibraltar español, OTAN sí y no,
Primavera de Praga, Mayo del 68; primeras elecciones y transición a los toques
de "Libertad sin Ira".
Son muchos historiadores, de distinta
índole e ideas, que han analizado el origen de la guerra civil, que tanto ha
marcado y sigue marcando a los españoles. Siempre he opinado que no tenía que
haber existido, creo que tanto la izquierda como la derecha, de entonces, no
hicieron nada para evitar dicha confrontación entre hermanos. Algunos
extremismos de izquierda fueron intolerantes y poco respetuosos con las ideas
religiosas. Creo que la vida espiritual y religiosa de las personas, sea
cualquiera la religión que practiquen, debe de ser respetada y tolerada por
todos los demás; así mismo, respetar igualmente a los no creyentes, ni
persecución a los creyentes, ni tampoco inquisición a los no creyentes. Una
derecha que no supo perder unas elecciones y nos llevó a ese levantamiento
fratricida. La solución, bajo mi punto de vista, hubiera sido menos odio, más
diálogo y una buena comprensión.
Lamentablemente, en los tiempos de la
pandemia que recientemente hemos vivido, y lo que nos toque por vivir, hemos
observado la falta de criterios de unidad ante ese enemigo común (Covid-19)
tanto de la izquierda como de la derecha. Deberíamos olvidar ese odio que aun
existe entre españoles como secuela de aquella confrontación de hace ya 84 años
y que, tristemente, muchos medios de comunicación se encargan de revivir
generando odio. Es tiempo ya de arrinconar aquel triste pasado y de pensar en
un símbolo monocolor para todos y no en aquel azul y rojo que nos dividía. Nos esperan
tiempos difíciles de recuperación económica y antes lo superaremos trabajando
todos al unísono.
Por último, TOLERANCIA y RESPETO. Seguir
siendo tan amigos de aquellos que piensan distinto a mí. Que las diferencias
políticas no sean motivo de enemistades. Estamos condenados a vivir juntos y
entendernos.