Habrá que revisar muchas cosas en los sistemas sanitarios públicos y en las
buenas prácticas necesarias para llegar a todos y curarlos con eficacia. Pero
nos preocupan especialmente las tristes historias de mortaldades de ancianos en
residencias. Todo esto no habría ocurrido si no se estuviera abriendo paso la
idea de que se pueden sacrificar sus vidas en beneficio de otras. Es lo que el
Papa Francisco define como "cultura del descarte", que priva a los
ancianos del derecho a ser considerados personas y los relega a ser solo un
número y, en algunos casos, ni siquiera eso.
En muchos países, ante la necesidad de atención sanitaria está surgiendo un
modelo peligroso que fomenta una "sanidad selectiva" que considera
residual la vida de los ancianos. Así, su mayor vulnerabilidad, su avanzada
edad y el hecho de que pueden ser portadores de otras patologías justificarían
una forma de "elección" a favor de los más jóvenes y de los más
sanos.
Resignarse a una solución de este tipo es humana y jurídicamente
inaceptable. La base de la ética democrática y humanitaria consiste en no hacer
distinción entre personas, ni siquiera a causa de su edad. Se trata de
principios que forman parte de una visión religiosa de la vida pero también de
los derechos humanos y de la deontología médica. No se puede aceptar ningún
"estado de necesidad" que legitime o dé cobertura al incumplimiento
de dichos principios. La tesis de que una menor esperanza de vida comporta una
reducción "legal" del valor de dicha vida es, desde un punto de vista
jurídico, una barbaridad. Que eso se produzca a través de una imposición (del
Estado o de las autoridades sanitarias) ajena a la voluntad de la persona
representa un intolerable atropello añadido de los derechos de la persona.
La aportación de los ancianos sigue siendo objeto de importantes
reflexiones en todas las culturas. Aceptar que no tienen el mismo valor significa
romper la trama social de la solidaridad entre generaciones y desmembrar toda
la sociedad. No podemos dejar morir a la generación que luchó contra las
dictaduras, que trabajó por la reconstrucción después de la guerra y que
edificó Europa. Aceptar la muerte "anticipada" de los ancianos a
causa de una mentalidad utilitarista es una hipoteca para el futuro, pues
divide la sociedad en clases de edades e introduce el peligroso principio de
que no son iguales.
Creemos que es necesario reafirmar con fuerza los principios de igualdad de
tratamiento y de derecho universal a la asistencia sanitaria conquistados en
los últimos siglos. Es el momento de dedicar todos los recursos que sean
necesarios para proteger el mayor número de vidas posible y para humanizar el acceso
a la atención sanitaria para todos. Que el valor de la vida sea siempre igual
para todos. Quien rebaja el valor de la vida frágil y débil de los más
ancianos, se prepara para desvalorar todas las vidas.
Con este llamamiento expresamos nuestro dolor y nuestra gran preocupación
por el elevado número de ancianos que han fallecido en estos meses y esperamos
que se desate una revuelta moral para que cambie la dirección en la atención
sanitaria a los ancianos y para que estos, sobre todo los más vulnerables,
jamás sean considerados un peso o, aún peor, inútiles.