Dicen los pedagogos que el juego prepara
al niño a ser adulto. Con el juego y sus reglas el niño aprende a respetar a
los demás, aprende a saber perder y también a saber ganar. Comienza en el niño
una verdadera integración en su entorno, así como el desarrollo de su
personalidad. Así mismo el juego aporta al niño: agilidad, atención, autonomía
personal, cálculo espacial, conocimiento, coordinación dinámica, equilibrio,
espíritu de equipo, espíritu de superación, estrategia, habilidad, percepción
del propio cuerpo, percepción del espacio, puntería, resistencia, respeto por
las normas, socialización, trabajo en grupo, velocidad de reacción etc.
Hoy día, muchos de nuestros juegos de
antes han caído en desuso. Los niños del siglo XXI no los aprecian, ya que
andan metidos en el mundo de las videoconsolas, juegos de PC etc. Una lástima,
ya que aquellos juegos escasos y rudimentarios hicieron mágica nuestra
infancia.
Recuerdo que el juego en aquel ambiente
rural de los años 50 era intensivo. Salíamos a las cinco de la escuela,
cogíamos la merienda y volvíamos a casa ya de noche. Nuestros juegos eran
rudimentarios y escasos. No se había intensificado el juguete de plástico, casi
siempre era de madera o de hojalata. A veces los elaborábamos nosotros mismos
aprovechando cajas, palos, cartones etc. y hacíamos, camiones, carros, arados,
etc… potenciando la creatividad, dando rienda suelta a nuestra imaginación y
destreza. Los juguetes elaborados sólo nos correspondían el día de los Reyes
Magos y consistían en algún caballo de cartón o alguna pistola o escopeta de
muelle y que disparaba tapones de corcho. Las niñas recibirían alguna muñeca de
trapo, pero no tan sofisticadas como las actuales. Así, dentro de tanta
carencia éramos felices y no teníamos televisión ni ordenador, nuestro entorno
de juego era la propia naturaleza. Sin embargo esos días tan largos de juego
pronto terminaban. Nuestros padres cuando nos veían, aunque niños, capaces de
resolver alguna pequeña tarea agrícola o ganadera, nos alejaban del juego, para
prestar ayuda y colaboración familiar. Lo hacíamos muy gustosos ya que eso nos
hacía acreedores de una responsabilidad y al fin de cuentas nos sentíamos
mayores. Hoy en las ciudades el niño tiene muchas dificultades para disfrutar
esos juegos de plena naturaleza, debido al tráfico, inseguridad y demás
peligros que ofrece la gran ciudad. Así que, para tenerles tranquilos en un
piso y que molesten lo mínimo a sus padres, hay que potenciarles la televisión
y esos juegos tan sofisticados que mencionábamos antes que la mayoría de ellos
generan agresividad. El niño con gran cantidad de energías físicas sin quemar
en los juegos, llega al colegio ocasionando problemas de disciplina.
Hace pocos días
leía lo siguiente en un artículo de un sociólogo español de prestigio: Muchos niños ya
no juegan, sino que “consumen” productos manufacturados de entretenimiento
(tele, videojuegos…), una solución fácil con que llenar sus horas de ocio. Es
la globalización del entretenimiento.
Algunos juegos:
Voy a clasificar los juegos de nuestra época en tres apartados:
A) Individuales:
El ARO: Tipo
de rueda que conducíamos con una guía de hierro o alambre en forma de “u”: El
aro redondo lo obteníamos de algún caldero viejo, de los aros de alguna pipa de
bodega o para los más forzudos del aro de un buje de un carro. La guía si era
de hierro nos la hacía el herrero y era la encargada de controlar los movimientos
del mismo.
EL TACO: Se
trataba de un tronco de higuera, que perforándolo con un hierro caliente en su
parte central obteníamos el ánima o cañón para disparar a través de él corchos,
con la ayuda de un émbolo de madera que empujábamos sobre el corcho del otro
extremo.
EL TIRADOR: Casi
todos de pequeños teníamos nuestro
tirador. Era un instrumento que servía para competir, combatir y cazar. Consiste, como es bien sabido, en una horquilla de madera o hierro que sirve de mango y agarre a dos gomas unidas por una badana o caja. En esta badana se colocaban piedras, preferentemente redondas, y otros objetos de peso; tensadas las gomas se soltaba la caja y disparaba el tirador alcanzando distancia. Con él se apostaba a la mejor puntería o para matar pájaros.
tirador. Era un instrumento que servía para competir, combatir y cazar. Consiste, como es bien sabido, en una horquilla de madera o hierro que sirve de mango y agarre a dos gomas unidas por una badana o caja. En esta badana se colocaban piedras, preferentemente redondas, y otros objetos de peso; tensadas las gomas se soltaba la caja y disparaba el tirador alcanzando distancia. Con él se apostaba a la mejor puntería o para matar pájaros.
EL GLOBO: En
los últimos años de mi infancia apareció el globo en nuestro pueblo, merece
recordar ese advenimiento de ese balón ligero y frágil, mitad goma y mitad
plástico, que nos deleitó e impactó tanto. Recuerdo lo difícil que era su
adquisición y el alto precio que tenía en sus principios. Los primeros los
obteníamos de algún vendedor, trapero o chatarrero que llegaba al pueblo y se
establecía en la plaza. El trueque que empleaba era un globo a cambio de
hierro, así lo obteníamos llevándole algunos kgs de hierro que encontrábamos en
nuestros corrales y cocheras: rejas gastadas, herraduras viejas etc.
B) Colectivos:
EL BURRO: Un
grupo se colocaba frente a la pared, en fila,
apoyándose uno en otro y al final en otro que estaba de pie, al que llamábamos "madre". Agachados, cada uno mete la cabeza entre las piernas del delantero. Otro grupo saltaba encima de ellos. Los de abajo tienen que resistir el peso sin caerse. Una vez que han saltado todos, el primero de los de arriba pregunta: ¿churro, mediamanga o mangaentera? (y pone su mano en el puño, el codo o el hombro). Según la respuesta del de abajo, si acertaba en la colocación de la mano, se salvan y "velaba" el equipo contrario. Si no acertaba perdía y continuaban "velando" es decir abajo. Así mismo perdían los de arriba si se caía alguno. Siempre la "madre" certificaba que no se había hecho trampa. No se por qué nos llamaban "animales" cuando lo jugábamos.
apoyándose uno en otro y al final en otro que estaba de pie, al que llamábamos "madre". Agachados, cada uno mete la cabeza entre las piernas del delantero. Otro grupo saltaba encima de ellos. Los de abajo tienen que resistir el peso sin caerse. Una vez que han saltado todos, el primero de los de arriba pregunta: ¿churro, mediamanga o mangaentera? (y pone su mano en el puño, el codo o el hombro). Según la respuesta del de abajo, si acertaba en la colocación de la mano, se salvan y "velaba" el equipo contrario. Si no acertaba perdía y continuaban "velando" es decir abajo. Así mismo perdían los de arriba si se caía alguno. Siempre la "madre" certificaba que no se había hecho trampa. No se por qué nos llamaban "animales" cuando lo jugábamos.
EL PAÑUELO: Nos
dividíamos en grupos, cada uno se ponía en un lado del campo y uno se colocaba
en el medio con el pañuelo. Cada jugador se pone un número. El que sujeta el
pañuelo dice uno de los números y al niño al que corresponde saldrá corriendo a
por el pañuelo e intentaba cogerle. Si llegaba a su campo con el pañuelo, sin
que el del grupo contrario le tocara, había ganado la partida, en caso
contrario había perdido. Ganaba el grupo que terminaba con más jugadores.
LA PEONZA: Se
trata de un trozo madera maciza en forma
de cono con una punta de hierro en el vértice llamada “rejo”, que es por donde gira en el suelo. Recuerdo sustituir la punta que traían las peonzas por tornillos o puntas gruesas que eran más grandes y producían más daño a las peonzas de los otros jugadores. Para poder hacerlas bailar se necesitaba un cordel o cordón de entre 50 y 75 cm de largo, deshilachado por un extremo que chupábamos y por el otro terminaba en un nudo con una chapa de refresco aplastada, una peseta atravesada o dos reales de agujero, a fin de poder sujetar bien el cordón a la hora de hacer bailar dicha peonza. El juego consistía en poner en el centro de un círculo tantas peonzas como jugadores, tirar la peonza con gran fuerza para ir sacando de dicho círculo las mayores peonzas posibles. Durante todo el tiempo que permaneciese bailando la peonza en la palma de la mano, se podía arrojar ésta bailando a otras peonzas para intentar sacar otras del círculo y así considerarse el ganador.
de cono con una punta de hierro en el vértice llamada “rejo”, que es por donde gira en el suelo. Recuerdo sustituir la punta que traían las peonzas por tornillos o puntas gruesas que eran más grandes y producían más daño a las peonzas de los otros jugadores. Para poder hacerlas bailar se necesitaba un cordel o cordón de entre 50 y 75 cm de largo, deshilachado por un extremo que chupábamos y por el otro terminaba en un nudo con una chapa de refresco aplastada, una peseta atravesada o dos reales de agujero, a fin de poder sujetar bien el cordón a la hora de hacer bailar dicha peonza. El juego consistía en poner en el centro de un círculo tantas peonzas como jugadores, tirar la peonza con gran fuerza para ir sacando de dicho círculo las mayores peonzas posibles. Durante todo el tiempo que permaneciese bailando la peonza en la palma de la mano, se podía arrojar ésta bailando a otras peonzas para intentar sacar otras del círculo y así considerarse el ganador.
LA COMBA: De
muy pequeñas, las niñas aprendían a saltar a la comba a través de los
saltadores individuales. Bastaba una cuerda de pocos metros y de pequeño
grosor. La niña cogía la cuerda por las dos puntas y volteándola saltaba con
rapidez evitando trabarse con ella. Cuando la cuerda batía el suelo el ritmo
era endiablado o cuando hacía lo que llamaban el "chorizo". Cuando se
realizaba con muchas niñas y niños ( a veces había consentimiento a dejar
saltar a los chicos) se realizaba con una soga de mayor tamaño, que solía haber
en todas las casas labradoras, que sujetaban cada uno de los extremos un niño o
niña, entonces tomaba el nombre de “comba”. Dos niñas o tres podían saltar
juntas a la vez, aunque siempre se hacía por turnos que entraban y salían
puntualmente del ámbito de la cuerda. Perdía la que tocaba o se trababa a la
soga. Los perdedores o perdedoras sufrían como castigo el dar a la soga,
volteándola ésta con la mayor fuerza posible. Todo el grupo saltaba en cadena,
entrando y saliendo puntualmente del ámbito de la cuerda acompañados de alguna
canción.
Este juego se realizaba principalmente en la Cuaresma y
posiblemente en el recinto de la estación de ferrocarril y también en la plaza.
Normalmente era amenizado con canciones propias para la ocasión.
LAS CUATRO ESQUINAS: Lo realizábamos casi siempre en el “Conco” de la Iglesia.
Participábamos 5 y uno de los participantes se quedaba en el centro de las
cuatro esquinas de dicho “conco”, mientras el resto ocupaba una esquina cada
uno. A la orden de uno o de todos los participantes, se intercambian las
esquinas, muy rápidamente, para intentar así que quien se encuentra en el
centro no consiga quitar su esquina a nadie. Si lo consigue, pasa al centro el
participante que se ha quedado sin ella.
EL JUEGO DE LOS SANTOS: Existían en las tapas de las cajas de cerillas unas imágenes a
las que llamábamos santos. Cuando se terminaban todas las cerillas en el
consumo diario, nos las daban nuestras madres y vecinas. Recortábamos dicha
imagen que servía para la colección y tratar de acaparar cuanto más mejor en
los juegos de los santos. Dicha colección la almacenábamos perforando cada estampa
con un agujero y luego se metía dentro de un alambre. Había varios juegos con
los santos: a) Uno de ellos consistía en hacer un círculo de 1 m. aproximado de
diámetro donde poníamos en el centro los santos, que previamente se habían
acordado. Para poderlo realizar, lo primero que tenía que tener cada jugador
era un trozo de goma en forma de tacón, o de otra cosa que fuera de forma
plana, de un tamaño que se pudiera coger bien con la mano y poderle arrojar con
facilidad. El objetivo era sacar con nuestra goma el mayor número posible de
santos del círculo, a base de golpe de goma. b) Otro era a ponerlos encima de
una “tarusa”, juego del que hablaremos a continuación. c) Otro llamado el
monte, que consistía el tirar desde una altura acordada de una pared cada
jugador un santo por turnos. Una vez que uno de ellos había conseguido, con su
tirada, montar o poner su santo encima de uno de los que están en el suelo,
recupera o gana todos los que están caídos. d) También jugábamos santos
diciendo: ‘Embruño, alza el puño!, y ganaba aquel que acertaba la cantidad que
había en dicho puño.
LA TARUSA: Era
un juego de lanzamiento hacia una tarusa
de dos doblones de hierro acerado y biselados en toda su circunferencia llamados “petacos”, (los niños empleábamos lanchas o trozos de teja). El campo de juego tenía unos 12 m. de largo por 1 ó 2 m de ancho, era la pista donde se deslizaban los “petacos”. Tratábamos que esta pista estuviera limpia y asentada, la allanábamos previamente con los pies de manera que se asemejara a tierra batida y lisa. La tarusa debía ser de buena madera (encina o roble) y labrada. Su altura entre 15 y 16 centímetros y su diámetro en las base de 4 cm. Los equipos solían ser de dos o de cuatro jugadores y dos "petacos" cada uno. Encima de la tarusa se ponían todos los santos que los equipos acordaban (los mayores ponían dinero). Todo el esfuerzo y la pericia se dirigía a golpear a la tarusa con algún “petaco” y recoger o ganar todos los santos o monedas que estuvieran más cerca de los petacos que de la “tarusa”. Luego en sucesivos tiros se trataba de alejar la tarusa de los restantes para así recuperarlos. Este juego, especialmente cuando jugaban mayores, era presenciado por espectadores que se ponían a un lado y a otro de la pista de “petacos”.
de dos doblones de hierro acerado y biselados en toda su circunferencia llamados “petacos”, (los niños empleábamos lanchas o trozos de teja). El campo de juego tenía unos 12 m. de largo por 1 ó 2 m de ancho, era la pista donde se deslizaban los “petacos”. Tratábamos que esta pista estuviera limpia y asentada, la allanábamos previamente con los pies de manera que se asemejara a tierra batida y lisa. La tarusa debía ser de buena madera (encina o roble) y labrada. Su altura entre 15 y 16 centímetros y su diámetro en las base de 4 cm. Los equipos solían ser de dos o de cuatro jugadores y dos "petacos" cada uno. Encima de la tarusa se ponían todos los santos que los equipos acordaban (los mayores ponían dinero). Todo el esfuerzo y la pericia se dirigía a golpear a la tarusa con algún “petaco” y recoger o ganar todos los santos o monedas que estuvieran más cerca de los petacos que de la “tarusa”. Luego en sucesivos tiros se trataba de alejar la tarusa de los restantes para así recuperarlos. Este juego, especialmente cuando jugaban mayores, era presenciado por espectadores que se ponían a un lado y a otro de la pista de “petacos”.
LAS PITAS: (en
otras partes bolas o canicas) Solían ser bolas de barro que luego decorábamos,
pero también las había de cristal, piedra y hasta de hierro. Había una marca de
gaseosas que empleaban como tapón una bola de cristal, que una vez consumida la
dedicábamos al juego con un valor muy apreciado. A las pitas se jugaba en
cuclillas a ras del suelo, y la pita se arrojaba impulsada con los dedos de la
mano, concretamente mediante un impulso de bola con el dedo corazón sobre el
pulgar. Existían distintas modalidades de juego pero el más corriente era el
siguiente: tenían que salir todos de un hoyo realizado en el terreno llamado
“gua” ,por un orden obtenido mediante sorteo. Cada uno tiraba a dar a la pita
más próxima y si lo conseguía volvía al hoyo (condición imprescindible) y
obtenía o ganaba dicha pita. Había niños con tal tino y pericia que ganaban
casi siempre las de los demás, que almacenaban en una bolsita o talega de tela.
EL FRONTÓN: Lo
hacíamos siempre en la torre de la Iglesia, actualmente ya hay frontón.
Recuerdo ver a los mayores con aquellas pelotas tan duras que parecían de
madera. Algunas veces las confeccionaban ellos mismos cosiéndolas con badana.
Tenían callo en las manos para soportar esa dureza y a veces se cubrían éstas
con trapos y esparadrapos. Los pequeños. en los recreos , les imitábamos pero
con pelotas de goma. Recuerdo que los buenos jugadores tenían la pericia de
enviar o matar los tantos en la esquina de las escuelas, donde había un
empedrado al que dábamos un nombre que no recuerdo.
EL JUEGO DE PÍDOLA: Se hacía un lomito estrecho de tierra, que iba a ser el que
serviría de raya. No se hacía la raya en el suelo, porque al pisarla no se
notaba a penas, y sin embargo en el lomo de la tierra se veía a la perfección,
y así no había discusiones "de que no la he pisado, de que si la has
pisado". Para ver el que sería el que hiciera de BURRO, se hacía a suerte.
Cogía uno una china, y en la espalda para no ser visto, la ponía en una de sus
manos y las cerraba las dos. Luego presentaba los puños a otro, que elegía uno.
Si no tenía la piedra había ganado, y se quedaba con ella el mismo, que volvía
a repetirlo. Cuando alguno eligió donde estaba, entonces este se quedaba con ella,
y el que la había tenido quedaba libre. De esta forma el último que se quedaba
con ella era el perdedor, el que tenía que hacer de BURRO. Se doblaba por el
tronco y por la cintura atravesado, con la cabeza en la parte derecha del que
tenía que saltar sobre él. El saltador tomaba carrerilla, y corriendo ponía las
manos en la espalda del agachado BURRO y de esta forma pasaba por encima al
otro lado. Así saltaban todos, y entonces el agachado se retiraba un paso del
lomo de tierra que hacía de raya. Se volvía a saltar de nuevo y si todos
pasaban, el BURRO se retiraba otro poco más, al final la distancia era
considerable, y no se podía hacer solamente de un brinco, entonces se usaba
"dos medias" y "una entera". Se iba corriendo, poniendo el
pie delante del lomo de tierra (raya), se daba una zancada con el otro pie y
una segunda zancada con el contrario, que eran las "dos medias", para
luego sentar los dos pies juntos "que era la entera", y con el
impulso de como iba corriendo, un salto para poner las manos en la espalda, y
como las demás veces pasar al otro lado del burro. Si alguno por apurar mucho
pisaba un poco la raya o no llegaba a poder saltar relevaba al agachado y tenía
que ponerse de BURRO al principio de la raya.
EL JUEGO DE LOS HOYOS: Consistía en hacer tantos hoyos en el suelo como jugadores había.
Cada hoyo tenía un número que se asignaba a cada jugador. Se tiraba una pelota
pequeña en dirección de los hoyos, de manera que el propietario del hoyo donde
se metía tenía que acudir inmediatamente a cogerla y procurar tirársela a otro
jugador. El jugador que ha sido dado queda eliminado, así como el hoyo de su
propiedad. Lo gracioso del juego es que si te alejabas mucho de los hoyos, para
evitar que te diese el propietario del hoyo que entrara la pelota, corrías el
riesgo de que entrara en el tuyo, acudías ya tarde a por la pelota y todos se
habían alejado. Como consecuencia eras eliminado por no dar a ninguno.
EL CLAVO: (también
llamado en otros lugares el pincho, punta, hinque, etc.) Normalmente se jugaba
entre dos o tres y consistía en dividirlo en partes iguales según el número de
participantes. Después, cada uno se sitúa en su parte y comienzan a lanzar el
clavo por turnos. Cada vez que se clava, se traza una línea recta que pasa por
la marca que deja el clavo. Este terreno pasaba a ser propiedad del tirador.
Con cada fallo de clavada se cambia el turno. El juego concluye cuando los
jugadores no tienen espacio para permanecer en su campo. Ofrecía algo de
peligro si el clavo o punta estaba muy afilado, llegándose a perforar alguna
bota.
EL MARRO: Era
un juego que practicábamos con bastante frecuencia ya que permitía intervenir a
un gran número de participantes. Se jugaba en campo abierto, normalmente en
“Carreiglesia”, la plaza o en las eras, previa la división en dos grandes
equipos, cada uno se asignaba su ·"casa", esto es, un espacio,
generalmente junto a una pared, en los que el jugador no podía ser apresado por
sus contrarios, pues el lance consistía en perseguir a toda velocidad a un contrario
hasta tocarle, lo que bastaba para que se entregase y se le condujese a la
"casa". Para que la persecución y captura valieran el perseguidor
debía tocar el "marro", la pared de la "casa". El preso,
para ser liberado por los suyos, debía tener una mano en el "marro",
y, si los presos eran varios, debían formar una cadena con sus brazos. Si la
cadena se rompía la liberación se anulaba.
A LOS TOROS: Ya cercanas las fiestas de San Roque los niños jugábamos al
festejo más importante de ellas: “los toros”. Un niño hacía de toro llevando a
veces dos palos por cuernos y perseguía a los niños que se cruzaban a su
alcance. No podía atacar al que se subía a ventanas o se ocultaba por otros
obstáculos.
TRES EN RAYA: Se trataba de un juego de parejas que jugaban dos niños
tranquilos sentados en el suelo. Necesitaremos un tablero, que se improvisaba
en el suelo señalando con el canto de un ladrillo. También necesitaremos tres
fichas por jugador. Las fichas pueden ser piedras, trozos de madera, bolitas de
papel, monedas, garbanzos, lentejas o cualquier cosa que nos pueda servir. El
juego comienza cuando un jugador coloca una de sus fichas en una de las
intersecciones de las líneas o en el centro. El turno pasa al otro jugador que
coloca una de sus fichas. Así irán colocando los dos jugadores, de forma
alternativa, las tres fichas, intentando colocarlas "en línea" o
"las tres en raya". Esto puede ser de forma lateral o bien pasando
por el centro del tablero. Cuando todas las fichas están sobre el tablero, el
jugador al que le toca mover desplaza una de sus fichas a un lugar contiguo y
libre. Así irán moviendo las fichas hasta que alguno de los jugadores consigue
colocar sus tres fichas "en raya" y gana el juego. Se retiran las
fichas del tablero y se comienza de nuevo a jugar.
LOS OFICIALILLOS: Consistía en hacer dos grupos de 4 ó 5 jugadores por cada
equipo. Uno de los equipos, previo acuerdo de ambos, tenían que sin hablar,
sólo por mímica representar la actividad correspondiente a un oficio o
profesión. El otro equipo tenía que adivinarlo. Si lo acertaba a la tercera respuesta,
cambiaban los papeles y ellos eran los que minimizaban dicho oficio. Era un
juego entretenido y muy educativo.
LA GALLINA CIEGA: Este popular juego se puede jugaba tanto dentro de casa como
fuera; pero dentro de casa es más difícil por que hay menos espacio donde
moverse (y también tenemos que tener más cuidado de no romper nada). Se elige
un niño/a, por suertes o directamente y le tapamos los ojos con una servilleta,
un pañuelo, bufanda etc. Debe ser gruesa para que no pueda ver. Sin apretar
demasiado, para no hacerle daño, comprobamos que no puede ver nada. Entonces,
hacemos un corro (un redondel) con el resto de niños, y le ponemos en el centro
al niño/a con los ojos vendados. Se decía una frase similar a esta: “Gallinita
ciega, ¿qué se te ha perdido, una aguja o un dedal?”. Y al responder
(cualquiera de las dos respuestas) le decimos: pues date unas vueltas y lo
encontrarás. Entonces la "gallinita ciega" debía dar unas vueltas
girando sobre sí misma, y empieza el juego.Todos trataban de alejarse de la
gallina ciega para que no les "cace", pero pueden darle pequeños
golpecitos para despistarla. Nunca debíamos soltarnos las manos de nuestros
compañeros. En cuanto agarraba a un niño/a debía descubrir quien era, sin oír
su voz o hacerle daño, solamente tocándole con sus manos. Si acierta, se acaba
el juego y hay que empezar de nuevo, siendo la gallinita ciega el niño que ha
sido capturado. Sino acierta, el juego continúa hasta que agarre a alguien y
adivine quien es.
EL ESCONDITE: Después de sortear quién “velaba”, el jugador o la jugadora se
tapaba los ojos y empezaba a contar hasta un número pactado de antemano.
Mientras éste cuenta los demás se esconden para no ser vistos. Cuando termina
de contar, comienza la búsqueda a la voz de: “Ronda, ronda, el que no se haya
escondido que se esconda o si no que responda” y cada vez que veía a una o uno,
iba a su sitio y decía el nombre de la persona que había visto y el lugar donde
se encontraba escondido. Mientras, el resto intentaba llegar al sitio de la persona
que se la ‘ligaba’ o "velaba" para ‘salvarse’, diciendo: ¡por mí! El
juego terminaba cuando todos las jugadores y jugadoras se habían salvado o
habían sido encontrados. El primero que había sido visto, es quien ‘velaba’ la
próxima vez. Ronda a ronda, quien no se haya escondido que se esconda. O se
pacta el número a contar correlativamente, del uno al treinta por ejemplo. VARIANTES:
EL ESCONDITE INGLÉS: Uno de los participantes se colocaba en una pared de
espaldas al resto de los jugadores, mientras el resto se situaba a cierta
distancia en la línea de salida. El niño que "velaba", comenzaba a
decir: “Una, dos y tres, al escondite inglés, sin mover las manos ni los pies”.
Las demás aprovechaban para acercarse lo más posible a la pared, parándose en
el momento en que terminaba su retahíla y giraba la cabeza. Si al hacerlo veía
a alguno en movimiento le mandaba de nuevo a la línea de salida. La primera
persona que conseguía llegar hasta la pared era la ganadora. Recuerdo una
anécdota relativa a este juego. Teníamos 6 ó 7 años y estábamos en la bodega de
mi abuelo Leopoldo en tiempo de pisar o prensar la uva: Alfonso Mozo, sacerdote
(q.e.p.d.), Julián Gil y yo jugando al escondite. Yo perseguía a los anteriores
que corrían en plena bodega y por sorpresa, desconociendo la superficie, fueron
cayendo uno tras otro al pilón lleno de mosto. Recuerdo que los mayores los
sacaron, impregnados de tal elemento, colocándolos al sol de algún teso, hasta
que se les bajo a las respectivas casas. No creo sean muchos los que puedan
presumir de haberse bañado en una piscina llena de mosto.
LOS ZANCOS: Se
utilizaban un par de latas grandes y un trozo de cuerda. Se le hacen dos
agujeros a las latas en su parte lateral, por los que se hace pasar la cuerda
que se sujeta con las manos. Los niños pisabamos los botes y así conseguíamos
andar a más altura que los demás.
OTRA MODALIDAD DE “ZANCOS” más acrobática y peligrosa y que realizaban los más
mayores, consistía en poner una punta a cada varal, a veces de 3 m. a una
determinada distancia del suelo, así el mozalbete pisando las respectivas
puntas y sujetando con sus manos la parte superior del varal y siempre
moviéndose, conseguía andar a 1,5 m. del suelo. Muchos se rompieron brazos y
piernas ante tal acrobacia.
LA CAMPANA: Se
jugaba por parejas. Nos colocábamos de espaldas uno al otro y nos agarrábamos
entrelazando brazos por los codos. El juego comenzaba cuando un jugador
flexionaba su tronco hacia delante y subía al otro jugador sobre su espalda.
Luego se cambiaba rápidamente y es el otro jugador quien subía sobre su espalda
al compañero de juego. De esta forma, en un balanceo continuo, hacíamos el
movimiento de la campana. No era recomendable elevar mucho y con mucha fuerza
al otro jugador, ya que puede salir despedido por encima y caer de cabeza al
suelo con el consiguiente chichón en la cabeza. Recuerdo que la campana la
hacíamos tanto chicos como chicas entre baile y baile.
LOS CROMOS: Ya
teníamos algo de espíritu coleccionable, aparte de los santos, antes
mencionados, cuyo valor era el de acumular cantidad, coleccionábamos
futbolistas que venían en un chocolate llamado: LA COLONIAL. Como siempre
ocurre, había algunos cromos que nunca salían. Recuerdo otro chocolate llamado:
LA BOMBONERITA, este en cada tableta salía una letra de las 13 que se componía
el nombre del chocolate. Al que poseyese todas recibía el balón de reglamento
que estaba colgado en la tienda. A todos nos faltaba la “T” y como es lógico
salió en las últimas tabletas. Recuerdo que la famosa “T” le salió a Benito Herrero,
consiguiendo, para envidia de todos, el regalo tan preciado, ya que ninguno
poseíamos un balón y de reglamento. Siempre jugábamos al fútbol con alguna
pelota grande.
EL FÚTBOL: Jugábamos
al fútbol en “Carreiglesia”, pero principalmente en las eras: Echaban a pies
los dos mejores jugadores, los demás estábamos deseando que nos eligieran
diciendo ¡A mi!, ¡A mi!. Ya cada líder tenía su equipo. Los menos apreciados
quedaban con su desconsuelo de la reserva. Se instalaban las porterías, a veces
con dos piedras y otras señalizándolas con abrigos y otra ropa. Todo estaba
dispuesto y era el momento de rodar la pelota, casi siempre de goma. Jugar con
un balón de reglamento era un lujo. El ser portero no era muy apreciado y
además cuando te metían goles eras sustituido por un reserva y tú tenías que
convertirte en espectador. Siempre el líder era el que decidía los que jugaban
y además era el que tenía el poder decisorio ante jugadas dudosas.
LA CALVA: Es
un juego simple, seguramente tan viejo como el primer pastor que hubo en el
mundo. Consistía en lanzar un objeto, una piedra, contra otro objeto colocado a
determinada distancia. De la soledad de lo pastores pasó a la compañía de la
gente en las aldeas, deseosa de saber quién era el mejor de sus lanzadores. Hoy
la calva está perfectamente reglamentada y el primitivo cuerno pastoril ha sido
sustituido por una pieza de madera de encina, en forma de cuerno y una base
para su sujeción en el suelo. La 2 calvas se colocaban a una distancia de 8 a
10 m.., dependiendo de la edad de los jugadores y en posición de simetría. Con
ello se conseguía que primero se tiraba hacia un lado y luego hacia el otro.
Cada jugador poseía un canto más o menos cilíndrico, que en San Román
llamábamos “calvo” y el objetivo era precisar la distancia y el golpe preciso
para derribar la calva y apuntarse el correspondiente tanto. No era válido el
derribo de la calva dándola en la base. El tanteo se hacía de mutuo acuerdo,
podía ser a 20 tantos, etc. Los niños jugábamos imitando a los mayores, que los
domingos solían jugarse la merienda en la plaza u otra calle. Había buenos y
precisos tiradores. Recuerdo que empleaban el siguiente vocabulario para
definir algún tiro fallido: corta, ladera o mala…
LOS COLUMPIOS: No teníamos ningún parque infantil, como hay en la actualidad,
sin embargo improvisábamos los columpios. En algunas zonas del pueblo:
recogedero, carruelo y junto a la caseta de alguna era, se almacenaban vigas de
alguna corta, para dedicarlas a reparar alguna techumbre, colgadizo etc. Con
mucha imaginación y con alguna ayuda de algun mayor, sacábamos una que hacía de
punto de apoyo o base y otra que montábamos verticalmente a la anterior. Así
teníamos un columpio rudimentario, pero que nos permitía subir hasta 3 ó 4 de
cada lado, nivelando el peso. Poníamos en práctica el invento de Arquímedes al
servicio de nuestro ocio.
EL TRAMPOLÍN: Algunos recreos nos íbamos a la pequeña ladera de San Martín,
tal vez el paraje donde en su tiempo estuvo situada la Ermita del mismo nombre,
y aprovechando el declive de la ladera nos deslizábamos a modo de trampolín
sentados en alguna piedra plana. Esta actividad también la realizábamos en las
laderas de las bodegas pero a mayor velocidad.
PATINAR EN EL “CHAVARCÓN”: Las mañanas de aquellos inviernos crudos y de grandes
heladas acudíamos a aquella charca natural, próxima a las eras y al arroyo, y
patinábamos sobre el hielo o carámbano. Hoy dicho entorno natural ha sido
anulado por vaciado de escombros.
COGER GRILLOS: Con la llegada de la primavera, nos gustaba tener en nuestras
casas uno o varios grillos que nos amenizaban con ese canto tan monótono como
agudo que emitían. Para ello nos hacíamos con una caja de zapatos con la tapa
agujereada que sería la morada de nuestras capturas. Salíamos a las eras y perseguíamos
muy sigilosamente su canto, hasta que localizábamos su hura. El insecto que
cantaba en el exterior de dicha hura, al percatarse de nuestra presencia se
metía en ella. Ahora venía el momento de la propia captura. Había dos
procedimientos. Uno era meter una paja larga a través de la hura e invitarle a
salir al exterior para su captura, no era la más empleada. La que siempre
empleábamos era traer agua en un bote e inundar la hura. El grillo al no poder
vivir en ese medio, salía al exterior y aprovechábamos para capturarle.
Solíamos coger machos, las hembras no cantaban. Dentro de los machos,
valorábamos aquellos que en la parte superior del tórax, en el plegado de sus
alas dibujaba algo parecido a una “R”. Cuando cogíamos algunos con una “P” decíamos
que eran peores cantadores. La alimentación que les ofrecíamos en casa era
alguna hoja de lechuga.
LAS CINTAS: (Debo
de agradecer a Luis Miguel Gómez el recordarme este juego, omitido por mi parte).
Los niños, con el afán de imitar a los mayores en nuestros juegos, días antes
de la llegada de los carnavales y anticipándonos a tal evento, jugábamos a
correr las cintas. Ya hemos hablado en este “blog” de las fiestas del carnaval,
así como de las actividades más culturales de ella, que eran los preámbulos de
las carreras de cintas y gallo. En ellas, antes del momento de capturar las
cintas o matar el gallo, el protagonista disertaba o narraba al público algún
tema de actualidad, en un lenguaje lo más poético y cultural que requería tal
trance. Los niños atábamos una cuerda o soga de ventana a ventana cortando una
calle. A esa cuerda enrollábamos las cintas de manera que sólo quedara un poco
de éstas colgando. Todo estaba dispuesto para que con habilidad, buena puntería
y con un punzón, o palo la mayor parte de las veces, consiguiéramos atinar en
la anilla en que terminaba cada cinta y así poderla rescatar. Muchos de los
intentos eran fallidos ya que había que hacerlo corriendo. Ganaba el que más
cintas rescataba. Los mayores lo hacían, a carrera de caballo, en
“Carreiglesia” y las cintas estaban dentro de un cajón de madera más
sofisticado.
C) Otros juegos de aventura y riesgo, algunos prohibidos por
nuestras familias:
LOS NIDOS: Llegada
la primavera, alguna tarde de jueves sin escuela, algunos nos encaminábamos a
los pinares que salpicaban el pueblo a localizar algún nido. Nuestro espíritu
de aventura nos alejaba de toda protección de la Naturaleza, sin embargo ahí
conocíamos la espontaneidad de los animales para sobrevivir y reproducirse. El
más osado y con mejores aptitudes de gatear subía y acto seguido respondía: ¡Es
de paloma! ¡Es de pega! ¡Tiene tantos huevos o tantos pajaritos!. Ya al
anochecer regresábamos al pueblo con el temor a las reprimendas de nuestras
madres por llevar más de un pantalón roto y resinoso. Casi siempre vestíamos
pantalones cortos de pana, en todo tiempo, que nos confeccionaban nuestras
madres.
IR A COGER PIÑONES: En la caída del otoño, volvíamos otras tardes de jueves a esos
mismos pinares pero con otra finalidad, esta era tirar piñas y comer piñones.
Algunas piñas caían arrojando piedras, pero otras veces con espíritu gateador,
había que ascender a la copa del pino y con un palo desprenderlas. Una vez en
el suelo preparábamos la correspondiente lumbre, en algún calvo del pinar, para
que el calor las abriera y así extraer todos sus piñones. Mientras lo anterior
ocurría nos calentábamos y fumábamos algún cigarro de hoja de alguna viña
próxima, envuelto en el papel que pillábamos. Cuando las piñas abrían, las
dábamos algunos golpes encima de alguna piedra grande, y recogíamos los piñones
bien calentitos. Luego comíamos los que podíamos y otros nos los repartíamos
para llevarlos a casa. Los piñones los escondíamos en casa para no dejar huella
de tal aventura.
ATRAVESAR LOS SIFONES DE LAS ACEQUIAS: Por aquella época se estaban
construyendo las acequias por el término de San Román. Algunas veces por
excesivo desnivel u otras circunstancias construían sifones. Algunas tardes, de
esos jueves vacacionales con espíritu de aventura y morbo, allí nos
presentábamos. La aventura consistía en atravesar dichos sifones de un extremo
a otro. Recorríamos los 200 ó 300 m. de esa distancia agachados y a veces
reptando hasta conseguirlo. Otras veces era infranqueable el recorrido, como
consecuencia de que el viento había metido en su interior algunos “corrimundos”
u otra maleza. Para vencer tal dificultad pasábamos con cerillas y prendíamos
tales obstáculos con el objetivo de realizar tal aventura. A veces existía el
temor de encontrar en tales accesos alguna culebra o rata.
BAJO EL PUENTE DE HIERRO: Las vías del ferrocarril cruzaban el río Hornija (arroyo)
a la altura de “Valdeculebro”, para ello existía un puente de hierro con una
estructura muy singular. Sobre la parte superior de la estructura metálica descansaban
las vías por donde circulaban los trenes a cielo abierto, según tramos, pero la
parte inferior estaba formada por otra estructura de vigas entrecruzadas de
hierro con fácil acceso. Los niños subíamos y hacíamos su recorrido de un lado
a otro de las orillas del arroyo. Las sensaciones más fuertes las recibíamos
ante el paso de un tren. Era una sensación visual al ver esa mole de hierro
encima de nuestras cabezas y otra auditiva el oír ese estruendo de rozamiento
de ruedas y raíles. Al terminar de pasar el último vagón todo volvía a la
tranquilidad. Algunas veces nos bajábamos del puente impregnados de negro y de
carbonilla que despedía la máquina de vapor.
SUBIRNOS A LOS CAMIONES EN MARCHA: En los años 50 eran pocos los camiones
que transitaban por nuestro pueblo, pero cuando pasaba alguno celebrábamos
dicha novedad subiéndonos a ellos. Nos agarrábamos a la telera trasera y con
los pies apoyados en la rueda de repuesto. Siempre procurando no ser vistos por
el conductor de tal vehículo. La poca velocidad a la que circulaban por el
pueblo nos permitía realizar tal proeza. Algunas veces íbamos subidos desde el
Carrueco a la plaza de la Anchura.
Vamos a recordar otros dos juegos, que aunque los encuadremos
dentro de los peligrosos, no había ninguna prohibición por parte de nuestros
padres, sin embargo por hacerlos siempre en sigilo o secreto los ponemos dentro
de este grupo, aunque todo era pura tradición.
LOS CACHARROS: Durante el invierno, aprovechando la oscuridad de la noche,
era costumbre la acción de “tirar cacharros”. Lo hacían, normalmente los chicos
en las casas de las chicas de su cuadrilla, y muy raramente era al revés.
Consistía en abrir la puerta de la casa y arrojar: cántaros rotos, barriles,
ollas etc. y salir corriendo para no ser visto. Ante tal estruendo la familia
donde caía se asustaba en principio, pero casi siempre era acogido con buen
sentido del humor, reaccionando con buena actitud y exclamando ¡Vaya un
cacharro! Excepto raras excepciones y sobre todo si era muy reiterativa la casa
a la que se tiraban.
LOS REGUEROS: Consistían en dejar una huella o sendero de paja desde la casa
de un chico a la de una chica. Siempre se hacía de noche y con mucho sigilo.
Este tipo de mensaje era visto y comentado por todos los vecinos al amanecer del
día siguiente. Se oía en las calles ¡Dicen que han puesto un reguero! Según la
trayectoria, del caminito señalado con paja, todo el mundo se aclaraba del
chico y de la chica protagonistas. La connotación de ese lenguaje gráfico era
por todo el mundo interpretado: El chico había solicitado relaciones con la
chica y había negativa o “calabazas” por parte de ésta. A veces, era de índole
menor, solamente la había solicitado “pareja” para San Juan o Carnavales. La
información de este suceso solía darlo siempre la chica, ya que esto la daba
potencialmente más “caché” ante los demás, a costa de esa vulnerabilidad en que
quedaba el chico. Todas estas bromas hacían que el pueblo saliera de su
monotonía y a la vez hubiera algo de que hablar.
Las niñas solían jugar, aparte de los ya mencionados: comba,
pañuelo, escondite, cuatro esquinas, gallina ciega, la campana y tres en raya,
a: Las tabas, la goma, Los alfileres, La pelota, El tejo, Las muñecas, El
diábolo, Comiditas etc.
En otro artículo recopilaremos las retahílas con las que
sorteamos los turnos de los juegos, así como todas las canciones que
acompañaban a éstos.
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