Deseo que me hagas
sentir que soy amado, que soy útil todavía, que no me crea que estoy
solo.
Deseo permanecer en mi
casa o en la tuya.
Deseo que cuando
comamos en la misma mesa, me des conversación a pesar de que yo apenas hable.
Deseo que me visites
en la residencia, en caso de que te veas obligado a internarme en
ella.
Deseo que me ames por
lo que soy y no por lo que tengo.
Deseo que me llenes de
cariño y comprensión en esta última etapa de mi vida.
Deseo que no bromees
de mi paso vacilante o de mi mano temblorosa.
Deseo que comprendas
mi incapacidad de oír como antes, y que por lo tanto me hables despacio y
claro, pero sin gritar, si no es necesario.
Deseo que tengas en
cuenta que mis ojos se están nublando, y que no me eches en cara ni te rías de
mí, cuando tropiezo o derramo la taza de café sobre la mesa.
Deseo que me ofrezcas
asiento en el autobús y la preferencia en la acera, así como que respetes mi
paso lento al cruzar la calle.
Deseo que tengas
tiempo suficiente para escucharme sin prisas, aunque lo que yo te diga te
importe poco o nada.
Deseo que no me digas
“ya me has contado tres veces lo mismo” y me escuches, como si fuese la primera
vez que te lo cuento.
Deseo que me recuerdes
por los aciertos y éxitos de mi vida pasada, y que no me hables de mis errores
y fracasos.
Deseo poder sentir la
caricia de tu mano sobre la mía, y escuchar sin agobiarme palabras suaves de
ánimo, cuando esté al final de mis días. Háblame entonces de la misericordia de
Dios.
Gracias, mil gracias
por atender mis deseos. Un día otros los harán posible para ti.
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